martes, abril 27, 2010

La Gresca Imparable

Todo es bronca. La vida actual se ha convertido en un barullo de voceríos y reproches que parece no tener final. Unos claman por su verdad y los otros pensamos en los sangrantes errores de percepción de los demás, y nadie está de acuerdo, y el rumor aumenta de volumen hasta que uno cree acabar rodeado por venas hinchadas, quejas destempladas y con la sensación de estar perdido en un mundo de necios incorregibles.
La única isla donde se descansa es el hogar, donde uno se reencuentra con la realidad, la calma y las cosas más o menos cocinadas con la receta que más agrada. Y eso si se es capaz de huir del murmullo televisivo, donde sigue el griterío. En general, parece que el motor del mundo es la discusión, un motor de muy bajo rendimiento, gastando energía para no mover nada. Las opiniones enquistadas cotizan alto y visten mejor que los trajes de Milano. Las conclusiones pactadas son los bonos basura de una actualidad sorda, ciega y tonta. La afición de moda por el discurso prefabricado e inalterable ha resultado en el fracaso de la sociedad ilustrada.
De manera que todo parece contagiado por el virus de la incomprensión. Y cuando tanto malestar se azuza desde la palestra política, cuando los que han de dar ejemplo todo lo ensucian y tergiversan, dejan la sensación de que el ser humano está condenado al Apocalipsis. Es así.
Un país en estado de catatonia, con políticos inútiles que se enzarzan en bullas infinitas, muertos que gritan desde sus tumbas, jueces que retuercen la ley para complacerse en venganzas personales, presidentes patronales endeudados, legisladores chorizos, trabajadores cabreados y jefes recelosos, todos clamando por su verdad particular. Cuarenta millones de opiniones no van a resultar en nada bueno. Y no es que yo pretenda predicar con el ejemplo. A mí me vale con pensar que quizás no lleve razón. No sé. De verdad. No lo sé. Pero si me equivoco no griten, que sólo me apetece un poco de silencio...

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