jueves, marzo 25, 2010

Semana Sátira

He de admitir que, a fuerza de parecer pesado, mis profundas convicciones ateas me hacen cavilar sobre asuntos divinos más de lo que lo hacen muchos de los creyentes que conozco. Practicar el ateísmo no es tarea fácil, y me encuentro muchas veces predicando la nada. Si bien atravieso momentos de debilidad, de tentación, en los que siento envidia verdadera de aquellos que tienen fe, pronto recompongo la figura y vuelvo a mis trece: no hay nada escrito, no hay más allá, la vida se acaba en un una lápida, el mundo tardó más de seis días en hacerse y, definitivamente, no hay jefe de obra.

Y llega la Semana Santa. Este odioso y oscuro período del año que, imponiendo el lamento como consigna, llena las calles de cofrades plañideros, de procesiones siniestras y de estatuas macabras que dejan en ridículo el imaginario sangriento de George A. Romero.

Las cabalgatas fantasmagóricas que animan (o desaniman) las calles de España durante estos días nos recuerdan que no hay que olvidar la muerte de Jesucristo, notable personaje que murió por nuestros pecados. Bueno, tenía un gran poder de anticipación por el que le felicito en retrospectiva milenaria, pero por mí parte se podía haber ahorrado el martirio. En cualquier caso es de agradecer tanta generosidad. No obstante, hubo algo de trampa en esa muerte, un Gürtel evangélico. Después de la crucifixión y del tormento público, su padre, juez único del Tribunal Supremo, lo devolvió a la vida y lo mandó al eterno Disneyworld.


Pues bien, el señor Ratzinger, el papa fashion de los escarpines colorados ha mostrado su malestar por las tropelías que han cometido algunos de sus acólitos. Abusos físicos, pederastia, guarrerías innombrables llevadas a cabo por algunos enfermos mentales vestidos de párroco. Un rezo, un acto de contrición, una actuación ejemplar para cerrar con un carpetazo una historia en la que las víctimas no tienen un padre tan importante, ni nadie que  los consuele. Agravio comparativo. Dos mil años llorando por una persona que no se sabe si existió a ciencia cierta. Una comparecencia de cinco minutos por cientos de niños ultrajados y humillados. Ningún llanto por todos los muertos causados por su religión. Eso sí que es para cantar saetas.

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