lunes, marzo 23, 2009

Sesión Continua

Los departamentos de Recursos Humanos han descubierto que el mejor currículum no es aquél en el que uno pretende venderse como puede. La impostura y cierta predisposición profesional eran las mejores tarjetas de presentación que yo conocía. La corbata y la gomina en tamaño carné imponían la distancia entre la realidad y el decorado fantástico del ruedo empresarial, y daban la medida de la servidumbre que estábamos dispuestos a transigir para entrar en ese limbo llamado el mundo laboral.
Pues ocurre que los que pretenden contratarte no reparan ya en tu inglés académico, o en si manejas con soltura un procesador de textos o una calculadora… y no lo hacen porque ahora se entretienen rebuscando entre los desechos de las redes sociales en las que uno, a falta de posteridad, deja detalles de su anodino peregrinar por la vida. Cuando en las empresas se afanan en escatimar horas de tu tiempo libre, el único en el que una persona sana puede formarse, en sus oficinas más oscuras hay un destacamento de carroñeros que escarban en las vidas privadas de sus futuros empleados.
¿Existe la obligación de entregar a la empresa algo más que tu intelecto y las horas del día en las que más brillante estás? ¿No basta acaso con la asunción de un contrato en el que se especifican los términos del trabajo? Pues no, no es suficiente. Ahora tu intimidad también es propiedad del patrón, y tu actitud, y tus voluntades y noluntades, y tus aficiones y tus perversiones. Y lo que antes era ocio, es ahora la extensión de esa obra teatral llamada: “Lo que se espera de ti”.
Si lo tuyo es la bohemia, o beber amontillado por celemines, si en tu tiempo libre te van el cuero o los jeans lavados al ácido, entonces eres carne de INEM. Porque tienes que fingir, chaval, ser correcto hasta cuando vas a cagar. Ya sabes que el mundo no puede pararse por un díscolo como tú.

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