jueves, mayo 24, 2007

P-E-S-I-M-I-S-T-A

Afirma la señorita A.A.T., residente en Madrid para dar señas (es intérprete para sordos), que llega a ser fatigoso soportar mi pesimismo recalcitrante. No le quito la razón, me gusta quejarme. ¿Por qué? No lo sé, aunque considero que situarse en el peor de los casos, el de víctima, sólo reporta beneficios. De cualquier forma, aún viviendo sumergido en el humor más amargo, me río bastante de todo. La risa puede llegar a ser el lenitivo perfecto que me cure de tanta calamidad.

El pesimista, tal y como yo lo entiendo, posee la visión más halagüeña de los acontecimientos. De tal modo, cuando todo está mal de verdad, las cosas no tienen más remedio que mejorar. Por otro lado, la aquiescencia universal, la aceptación de lo convencional, condena a la conversación a una vida efímera. Así, por concepto, más vale renegar de la actualidad, de la política, de la casa en la que vives, de tu sueldo, de la proclividad de las sienes a cubrirse de canas, del transporte público, de la celulitis, del tiempo o del trabajo… Al carajo, por lo menos así puedes argumentar con profusión.

Cuando llego al trabajo cada mañana, siempre hay un incauto que utiliza el recurso conversacional más solicitado en el mundo civilizado “¿Qué tal estás?”, pregunta. Después de desechar la respuesta natural, que sería contestar “¿Acaso te importa?”, replico habitualmente “Muy mal. Hoy es el peor día de mi vida”. Más de uno se siente desvalido ante la exposición cruda de mi desdicha. Si hoy es el peor día de mi vida, pienso, y sigo aquí, mi vida hasta hoy no ha estado tan mal. Mañana mejorará, y si empeora, hoy no ha sido un día tan horrible. Quiero decir, podría haber sido peor.

A propósito de alimentar la cháchara, nadie te pregunta nunca la razón por la que estás bien. Si dices que estás mal, todos se preocupan por ti. Dos ejemplos ilustrativos.

Ejemplo número 1. Estar bien:

“¿Qué tal estás?” “Bien ¿Y tú?”. “Bien, gracias”. Fin de la historia.

Ejemplo número 2. Estar mal:

“¿Qué tal estás?” “Fatal. Hoy es el peor día de mi vida...” “¿Y eso?”… No sólo te ahorras saber qué tal está el otro, dato absolutamente baladí, sino que tu vida vista así puede ser el comienzo de una novela de Paul Auster o de una película de Jim Jarmusch.

En cualquier caso, ya se me toma a risa. Yo también me lo tomo todo a chanza. ¿Qué otra cosa se puede hacer? La gente se ríe cuando asevero que ya nada me puede ir peor, y yo me siento bien. Porque a mí lo que me gusta es que la gente que me rodea se ría conmigo. La desgracia, ciertamente, es el detritus más fértil para la comedia.

Sin ninguna duda, ser pesimista es lo mejor que me ha pasado. A ver si hoy, con algo suerte, me va un poquito peor.

1 comentario:

  1. samueeee
    te hecho de menos. pero aqui estás tu en palabras, risueño como un penguin en boca de orca. beso!

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