jueves, abril 19, 2007

Anatolia, gastroenteritis y algo de política

No deja de ser curioso que antes de venir a trabajar a Turquía, yo fuese alertado contra las diferencias culturales, la delincuencia, el integrismo, el carácter indolente del otomano, las diversas perversiones de Anatolia Central, la inseguridad y las tendencias homosexuales de los turcos, entre otras lindezas. Es gracioso que la mayoría de esas advertencias fuesen hechas por personas que nunca han estado aquí. Y lo fenomenal es que todas han resultado ser clichés fantasiosos que no se ajustan a la realidad. Pero de lo que nadie me advirtió fue de la gastroenteritis, que al final ha sido lo único que ha mermado mi equilibrio intenno. ¿Gastroenteritis? Eso es peor que Al-Qaeda, señores.
Qué mal tan extendido es aquél de opinar sobre lo que no se sabe. Por eso, el presidente la caga cuando le preguntan por el precio de un café y, por eso mismo, yo fracasaría si me pidiesen una descripción acerca del producto interior bruto del país. Y lo cierto es que todos nos sentimos capacitados para dar nuestra opinión cuando la mayor parte del tiempo ni siquiera nos la han preguntado.
A propósito de mi gastroenteritis: si hubiese atendido a cada uno de los consejos que me han dado para frenarla, hasta el momento habría tomado agua, leche, coca-cola con limón, agua con limón y sal, agua sin limón, arroz blanco, yogur, coca-cola con gas, coca-cola sin gas, café turco, café turco con coca-cola, limón a solas, té, el caldo del arroz sin arroz, aquarius, manzanas y nada de manzanas y por supuesto, el café turco absolutamente prohibido, algo de queso y nada de productos lácteos… La hostia, si sigo cada uno de estos consejos se me quitan la gastroenteritis y todos los males que tengo. La palmo del tirón.
De la misma manera, tampoco deberíamos hacer mucho caso a lo que los políticos, tanto de un bando como del otro, nos dicen. Para unos el país va bien, para otros va mal, para unos baja el paro y para otros eso significa que el empleo es de poca calidad, unos imprimen papeletas falsas y mientras se les acusa de ilegalidad, éstos se excusan diciendo que es lo más normal. El terrorismo se combate con palabras por un lado y por otro con pistolas… Esto es lo mismo que intentar quitarte la diarrea tomando coca-cola y no tomándola al mismo tiempo. Lo único que provoca atender a tanta opinión encontrada, son unas ganas incontenibles de vomitar.
Los turcos son buenas personas, según he comprobado en estos dos meses. Tan buenas personas como los españoles. Beben y se sienten culpables. Son tan racistas como nosotros. Fuman sabiendo que es malo. Adoran el sexo. En fin, son lo mismo aunque algo más morenos. El único inconveniente es que su religión no es la verdadera, al contrario que la nuestra. Y, por supuesto, también deploran a sus políticos.
La única conclusión es que no hay que hacer caso a nadie. Ni siquiera a uno mismo. A lo mejor no deberías haber leído esta columna. De lo único que estoy seguro, a día de hoy, es de mi cagalera.

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