miércoles, enero 24, 2007

Ciudadano y Delincuente

Mi nombre es Tristán. Ciento ochenta y dos centímetros separan mi coronilla del suelo. Cabellera castaña y crispada, dispuesta al suicidio el día menos pensado. Ojos marrones, dientes separados, cejas espesas. Complexión robusta. Mi madre decía que yo estaba fuerte, pero aunque el sobrepeso se pueda ocultar entre nombres diversos, delante de un espejo mi barriga no tiene apellidos... No sé, algo así enviaría a la comisaría más cercana para que me tengan fichado.
Y es que los políticos, que tanto se vanaglorian cuando intentan hacerme creer que velan por mi seguridad, me están conduciendo a la paranoia. No es que no tenga cierta tendencia a la delincuencia, eso está ahí, lo que me molesta es el hecho de ser juzgado antes de haber cometido un delito. Si algún día tengo la ocurrencia de viajar a Mallorca, sé que no le podré llevar una ensaimada a mi madre porque alguien ha sospechado antes que he sustituido la crema por Goma-2 con la idea evidente de hacer volar por los aires el avión que me habría de llevar de vuelta a casa. Quizás esa no sea la expresión adecuada, porque precisamente el avión volará por los aires, pero yo me entiendo. Mi intención no es reventar el aparato y llevarme por delante a todo el pasaje, cada uno con su potencial bomba de crema. Mi intención es merendar con mi madre mientras le enseño unas fotos. Si llevo un frasco de colonia, es para perfumarme o, siendo misántropo, para evitarle ciertos efluvios al que se siente a mi lado. No, no señor, no se me había pasado por la cabeza rellenarlo de nitroglicerina... Mi cinturón y mis zapatos o mi teléfono móvil no esconden artefactos explosivos. Dicho de otro modo, no soy un terrorista.
¿Cómo te quedas? Yo muy mal. No se trata de que tenga que pagar varios céntimos cuando compro un disco virgen, porque puedo hacer cosas malas con él. Cosas ilegales. No es que yo me sienta el Armagedon al coger el coche cuando podría ir caminando. No soy yo el que destruye los bosques, ni el ozono, ni mato a las focas. No soy yo el que seca los pantanos cuando me ducho o cuando bebo agua para quitarme la sed. No depende de mí tomar las medidas que lo evitarían, menos si me venden lo contrario. No se trata de que mis jefes piensen que mi principal objetivo en el trabajo es, precisamente, intentar no hacerlo. Lo que ocurre es que quizás, al pecar de cándido, todavía me rijo por una conducta tradicional en la que los buenos sentimientos imperan sobre la tentación de lo oscuro. Y se trata además de que nadie se ha disculpado todavía por llamarme delincuente cada vez que salgo a la calle. No quiero que nadie me pida perdón, a mí lo que me gusta es que piensen, a priori, que soy un buen chico.
Es justo cuando se duda de mi bondad cuando me enrabieto y me entran ganas de liarme a golpes, de robar, de quemar las calles, de dar un golpe de estado y de cagarme en la madre que parió a todos aquellos que me denigran amparándose en mi voto cómplice y criminal.