Ahora que comienza el año hago un ejercicio de introspección y me pregunto por qué cada día estoy más cabreado. Y no lo sé, honestamente. Mi familia está sana y aparentemente feliz. Mi novia ha encontrado un trabajo y está contenta y, aunque se enfada conmigo de vez en cuando, parece que todavía me quiere lo suficiente como para seguir aguantando mis excentricidades. Tengo salud, buenos amigos y un trabajo estable con el que gano lo bastante como para no tener que reparar demasiado en el dinero que gasto. Así que no sé por qué estoy así de enfadado.
Las noticias y los periódicos ayudan bastante en el proceso de irritación. Me pregunto por qué no existe un medio de comunicación que sólo dé buenas noticias. Es evidente que una persona que madruga, va a trabajar obedientemente cada día, pasa ocho o diez horas entre cuatro paredes rodeado por una compañía circunstancial y no elegida, que come fuera de su casa, que regresa cansado y abatido, sufre los rigores del tráfico o la saturación del transporte público y que a final de mes ha de pagar una hipoteca que no coge vacaciones... es evidente, decía, que alguien que sufre tanto a lo largo del día, no merece llegar a casa y poner la televisión para ver un noticiario que le anuncie sin un resquicio de duda que el mundo en el que vive es una mierda monumental.
Que mi trabajo es desalentador también es verdad. Cuando semana tras semana mi jefe nos reúne para decir que no ha sido bastante, vuelvo a ponerme de los nervios. No es tanto que el rendimiento sea bajo, que no lo es, sino que para ellos nunca es suficiente. Cuando año tras año uno ve las cuentas de las empresas en las que ha trabajado, cuando los dueños bajan hasta nuestras alturas a fin de año para exponernos copa de cava en mano y canapé en boca que los beneficios han aumentado en un porcentaje desorbitado, cuando tres semanas después compruebas que tu sueldo sólo aumenta el IPC, entonces piensas que las cosas no son como deberían ser. Esto también es muy fastidioso.
Si alguien tiene que alegrarse porque las cosas van mal pero no tanto como podrían ir, es el momento en el que hay que cabrearse de verdad. Y siendo consciente de que hay personas en el mundo cuyas perspectivas más halagüeñas no rozan ni con la imaginación más fecunda todo aquello que yo ni siquiera sufro en mis peores pesadillas, no por eso dejo de anhelar los sueños que me ha generado una sociedad en la que se me prometía una suerte de felicidad eterna e incontestable. Cuando toda esta falacia se muestra en sí misma ya no encuentro un lugar para el descanso de mi conciencia, y es por ello que me enfado cada día más.
Pero como ahora las calles están llenas de luces que a golpe de vatio recuerdan que es el momento de los buenos propósitos para el año nuevo, deseos confesados en voz alta, yo sólo pido que si no encuentro la luz que me haga ver el lado más brillante de las cosas, que al menos me dejen seguir enfadándome. Ya que tal y como van las cosas es uno de los pocos derechos de los que todavía se puede disfrutar.
Feliz año nuevo.
Las noticias y los periódicos ayudan bastante en el proceso de irritación. Me pregunto por qué no existe un medio de comunicación que sólo dé buenas noticias. Es evidente que una persona que madruga, va a trabajar obedientemente cada día, pasa ocho o diez horas entre cuatro paredes rodeado por una compañía circunstancial y no elegida, que come fuera de su casa, que regresa cansado y abatido, sufre los rigores del tráfico o la saturación del transporte público y que a final de mes ha de pagar una hipoteca que no coge vacaciones... es evidente, decía, que alguien que sufre tanto a lo largo del día, no merece llegar a casa y poner la televisión para ver un noticiario que le anuncie sin un resquicio de duda que el mundo en el que vive es una mierda monumental.
Que mi trabajo es desalentador también es verdad. Cuando semana tras semana mi jefe nos reúne para decir que no ha sido bastante, vuelvo a ponerme de los nervios. No es tanto que el rendimiento sea bajo, que no lo es, sino que para ellos nunca es suficiente. Cuando año tras año uno ve las cuentas de las empresas en las que ha trabajado, cuando los dueños bajan hasta nuestras alturas a fin de año para exponernos copa de cava en mano y canapé en boca que los beneficios han aumentado en un porcentaje desorbitado, cuando tres semanas después compruebas que tu sueldo sólo aumenta el IPC, entonces piensas que las cosas no son como deberían ser. Esto también es muy fastidioso.
Si alguien tiene que alegrarse porque las cosas van mal pero no tanto como podrían ir, es el momento en el que hay que cabrearse de verdad. Y siendo consciente de que hay personas en el mundo cuyas perspectivas más halagüeñas no rozan ni con la imaginación más fecunda todo aquello que yo ni siquiera sufro en mis peores pesadillas, no por eso dejo de anhelar los sueños que me ha generado una sociedad en la que se me prometía una suerte de felicidad eterna e incontestable. Cuando toda esta falacia se muestra en sí misma ya no encuentro un lugar para el descanso de mi conciencia, y es por ello que me enfado cada día más.
Pero como ahora las calles están llenas de luces que a golpe de vatio recuerdan que es el momento de los buenos propósitos para el año nuevo, deseos confesados en voz alta, yo sólo pido que si no encuentro la luz que me haga ver el lado más brillante de las cosas, que al menos me dejen seguir enfadándome. Ya que tal y como van las cosas es uno de los pocos derechos de los que todavía se puede disfrutar.
Feliz año nuevo.
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