martes, junio 20, 2006

Por La Puta Cara

Mientras escribo tengo la tele encendida y, cosas de la casualidad, me encuentro el programa “Allá tú”, donde un montón de concursantes, prosélitos del azar mal entendido, se enojan cuando no ganan cien millones de pelas por la puta cara. Hoy ha salido a jugar una concursante que no hace más que llorar, mezclando sentimientos espurios de congoja y humildad de cartón piedra con la ilusión de abandonar el mundo de la pobreza en un rato. Más tarde se verá que todo este lloriqueo ha sido en balde, pues no se va a llevar ni cuatro duros. Ese es mi deseo, que no gane nada. El programa es lamentable, pero lo veo todos los días porque me regocijo en la vergüenza ajena. De todos modos, entiendo el pensamiento advenedizo de los que pretenden convertirse en multimillonarios con la facilidad con que uno chasquea los dedos para eludir la rémora del trabajo diario, que es la piedra de Sísifo de los mediocres como yo.
Comentando con mi amigo Elías el destino funesto de los que nos levantamos a las seis y media para trabajar, éste afirmó que si a él le diesen la oportunidad de elegir un trabajo, sería el de alcalde de Marbella durante un solo día. El tipo sabe de lo que habla, aunque resulta un tanto siniestro darle la razón. Lo mío no es el choriceo indeseable de alcaldes y concejales piratas, así que no atendería a la oportunidad de convertirme en edil para enriquecerme con dinero ajeno. Las libertades que se han tomado todos estos pajarracos sólo se pueden recompensar con la emasculación, esto es: la castración. Eso, y que devuelvan lo mangado, se entiende.
Así que voy a dar un salto prodigioso hasta otro personaje menos nocivo, igualmente arribista, y que provoca arcadas: Paquirrín. Ese híbrido de primate y galleta campurriana, asevera que su padrastro, el infame Julián Muñoz (otro mangón marbellí) vive a la sopa boba, bajo la sombra –titánica- de Isabel Pantoja. Quizás arrimarse al sobaco de ese prodigio peludo sea otro modo (no falto de valentía) de labrarse un porvenir. Paquirrín, en un acto de honestidad, ha ido a la televisión para dejarse caer, como una camisa sudada, en un sofá y cubata en mano lanzar invectivas sobre el amante de su madre. Eso para ganarse unos dineritos, otra vez, por la puta cara.
Así que llego a la triste conclusión de que para alcanzar la gloria monetaria hay que ser un estafador, no tener amor propio o disponer de un estómago de cuero que no se resienta al besar las barbas de una folclórica. Como no me quite rápido el lastre de mi conciencia me veo cada noche dando cuerda al despertador para volver, de madrugada, a encontrarme con la condena del obrero eterno.