Como no tengo Internet y sólo dispongo de unos diez minutos al día para hojear el periódico, vivo en una suerte de ignorancia sobre temas más o menos banales pero de urgente actualidad que me tiene reconcomido. Me preguntaba cuál sería el precio aproximado de un análisis de ADN. Eso en el caso de que el ADN se analice, que luego viene Diana y me reprocha que soy un ignorante. Qué quieres que te diga, chiquilla, si desconozco si el ADN se analiza, se pasteuriza o se desembrolla. Simplemente quería confirmar que mi sangre, mi código genético o mis ribosomas me diferencian de alguna forma notable de todos los gilipollas que, cada vez con más frecuencia, asaltan mi tranquilidad de espíritu con aberrantes demostraciones de idiocia humana. La tontería humana suena a redundancia hoy en día, tanto nos hemos empeñado en afirmar que el ser humano es el único capaz de actuar siguiendo una voluntad reflexionada o inteligente. No creo que sea muy inteligente, por otra parte, afanarse en demostrar que de entre todas las especies que pueblan este planeta, somos los únicos privilegiados que disponemos de la estupidez como patrimonio distintivo.
Hace algo más de un mes, mi indignación saltó como una espoleta cuando leí que un estúpido defensor de verdades cuestionables había intentado reventar el Teatro Alfil con el ánimo silenciar las acusaciones insultantes que Leo Bassi escupe sobre algunos buenos creyentes. De paso se habría llevado por delante a doscientos seguidores infieles que no sirven de nada. Quizás haga falta haber nacido con una sangre distinta para escuchar con calma una reflexión magnífica acerca de por qué algunas religiones caen en contradicciones tan rocambolescas que no se encuadrarían con propiedad ni en un Don Miki. De tal manera, me da la impresión de que la actualidad cada vez se asemeja más a un patio de colegio, donde el niño retraído que lee durante el recreo sufre los rigores del abusón sobrealimentado que pretende compensar su ignorancia a base de guantazos. Y es que últimamente la buena costumbre de la argumentación se combate con insultos y salidas de tono, cuando no con bombas incendiarias. Así que estoy deseando que un cura venga a explicarme su visión de este negocio, con la misma claridad y buen carácter con que Bassi lo ha hecho. Y que venga sin miedo, porque aunque no me agrade lo que me cuente, no pretendo quemarle la iglesia durante una misa, y además dejaré que las hostias las reparta sólo él. Amén.