miércoles, agosto 24, 2005

Las Horas del Día (ensayo sin conclusiones)

Hago cuentas de las horas que tiene un día y en qué las utilizo:

· Aproximadamente, ocho horas, ocho, se me escapan entre los brazos de Morfeo. En castellano: durmiendo.

· Tres horas las gasto en medios de transporte, yendo y viniendo de trabajar. A propósito de estas horas: Gasto tres horas en llegar a un sitio al que no quiero ir para hacer algo que no quiero hacer.

· Nueve horas – 9 – las paso en mi trabajo. De ellas, puedo pasar 6 trabajando y las otras 3 haciendo creer al resto que sigo trabajando.

· Una hora es para comer.

· Otra hora la gasto en hacer la compra y las labores de mi hogar… lo dejaremos en media hora considerando que ahora mismo hay una concentración muy notable de pelusa bajo mis pies. Tanta como para hacer un buen cojín. Hoy, el frigorífico está lleno de luz. Abro, le pregunto qué tiene y me responde mi voz. Sólo hay eco.

Me sobran dos horas.

Dos horas.

Dos horas no son nada.

Dos horas.

Joder.

Qué pocas horas tiene un día. Dos putas horas de agotamiento. Estoy cansado. Son dos horas que llegan después de 14 horas haciendo cosas que, excepto comer, me disgusta hacer.

Ahora mismo, no hay ninguna conclusión graciosa que extraer de aquí. Resulta lamentable.

Pensaba de hecho, que al día me sobraban menos horas. También es cierto que no he sumado esos pequeños momentos que se nos escapan. Esperar a que un semáforo se ponga en verde es un tiempo que se evapora, que no tiene sentido alguno excepto el de evitar que nos atropellen. Quizás sea suficiente. Quizás sea un minuto útil... Esperar. Esperar. Esperar.

Los días no tienen horas libres.

Son penosos.

Pero ahora estoy de vacaciones y me voy a la playa. A torrarme.

Ya pensaré en esto otro día. Y me obligaré a llegar a la conclusión de que, con tan pocas horas al día libres, nunca aprenderé a tocar el arpa.

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