Dudo mucho que se hubiera generado toda esa hagiografía desproporcionada, tanta leyenda, tanto cuento chino y finalmente una iglesia a su alrededor si, en lugar de al contrario, Jesucristo hubiese convertido trescientos litros de vino en agua.
Habría sido lapidado y habría pasado a la historia como un idiota.
Eso para que nos demos cuenta de lo veleidoso que es el destino y de lo sencillo que es cambiar las tornas de la historia.
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