Ya me han dicho dos veces esta semana que me estoy pareciendo a Javier Marías, y no me lo dicen porque mi manejo de la prosa sea excelente sino porque estoy defendiendo con mucho ahínco el uso de los signos de apertura en exclamaciones e interrogaciones cuando se usa Whatsapp o Facebook. Y también reclamo el uso de los acentos y de las comas… En general, me estoy empeñando en invitar al personal a escribir correctamente o, al menos, a que lo intenten. Y quizás lo esté haciendo con más ímpetu del que estamos habituados a soportar últimamente, cuando la frivolización de cualquier cosa parece la norma y donde ponerse serio es síntoma de ranciedad o de parecerse a Arturo Pérez Reverte (máximo exponente de lo revenido, por otro lado).
Y aquí es donde paso a exponer mi defensa ante los cachondeítos: estoy de acuerdo con que el lenguaje evoluciona y con que hay que moverse a la vez que éste. Con lo que discrepo es con el hecho de que se confundan el lenguaje hablado y el escrito, porque el primero es inmediato y rápido mientras que el segundo tiene sus normas y sus tiempos. Y si trasladamos la urgencia del primero al segundo, confundiendo el whatsapp (por ejemplo) con una transustanciación de lo oral en escrito, lo que está ocurriendo es que comenzamos a borrar las fronteras que delimitan ambos medios. Y lo anterior casi que me parecería bien si se quedase exclusivamente en ese ámbito. La cuestión viene cuando empiezo a ver que, independientemente del medio, cada vez se escribe peor y, en consecuencia, me entra mucha pena cuando dejo de ver párrafos largos y poco desarrollados, cuando veo más veces “q” que “que”, o “tb” que “también”…
Además, me encantan los símbolos de apertura porque me parecen una particularidad muy bella de nuestro idioma.
Y no tengo más que añadir, excepto que esta es mi batalla y que voy a seguir dando la vara aun a riesgo de acabar siendo un plasta.
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