Un Mono del Revés
Entiéndase que yo nunca había contemplado la idea de asistir a un festival de música popular y contemporánea, donde adivino una multitud agitada y bulliciosa, un tumulto de jóvenes enardecidos por el alcohol. Me imaginaba yo molido a codazos, pisoteado, ensordecido y extenuado por mi imposible batalla contra un entorno de vehemencia primitiva. ¡Un mono! Un mono aparecía en carteles y cuartillas, un mono coronando un cartel lleno de promesas hueras de diversión, nombres impronunciables de bandas internacionales, charlas de vaya usted a saber quién sobre temas oscuros que no era capaz de entender... Un mono, un bicho sucio, irracional y piojoso que sin duda venía a confirmar los presentimientos más ominosos que me asaltaban sobre el certamen.
Tres días en un pueblo costero, a su vez, no parecen un suplicio tan dramático. El clima marítimo de la costa gaditana puede calmar el espíritu del oficinista comprometido, a pesar del salitre y la obsesión por los pescados fritos. Y eso que alejarme de mis rutinas es siempre traicionar a un protocolo de evasión de fin de semana refinado durante años y que nunca incluye desplazarme al litoral del país como un chamarilero ambulante.
Aparece aquí una joven que me había prestado particular atención en la oficina en la que empeño mis horas y que me invita a acompañarla nada menos que a Cádiz, a escuchar música durante tres días. Una muchacha comprometida con su tiempo que se empecina en sacarme a bailar, en llevarme a ver películas de países remotos, en enviarme canciones extrañas a mi cuenta personal de correo electrónico.
Llámenme Romeo si quieren, pero la idea de establecer vínculo emocional con tal mujer me hizo sentirme mareado y casi llegué a pensar que podría alocarme un poco. Nunca concebí que los pálpitos del corazón me moviesen a sumergirme en tal desvarío. Ahí los veía yo, felices, yendo en procesión de un escenario a otro, moviendo sus cabezas acompasadamente como reses embobadas, transportados a un universo psicodélico para chalados. Ni los ritmos, ni las estridencias distorsionadas, ni siquiera el entusiasmo que algunos intentaban transmitir me llegaban de modo alguno. Por la noche, entre los muros históricos de un monasterio ciertamente hermoso, seguían bailando con frenesí y entonando canciones que yo no soy capaz de aprehender. Cadencias infinitas interpretadas con discutible habilidad. Un horror.
La joven me despidió a mitad de un concierto, aludiendo a mi falta de espíritu, a mi olor a ropa enmohecida, a mi seriedad exasperante e inquebrantable. Exhortado a irme, ella se volvió hacia la masa y volvió a enarbolar su sonrisa absorta y a contonearse como una poseída.
Qué humillante experiencia. Me quedaré en la ciudad la próxima vez.
Y sin embargo, todo el mundo parecía pasárselo bien. Los periódicos alababan la organización y la oferta musical y el entorno y la oportunidad de recuperar un espacio para el disfrute y el gozo. ¿Disfrute? ¿Gozo? La perdición, ¡por Dios! El mundo está loco.
(relato presentado al concurso organizado por Monkey Week - Gibson - Ruta 66)
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