miércoles, septiembre 22, 2010

Gombrowicz, La Forma y Yo

Hace poco leí "Ferdydurke", del polaco Witold Gombrowicz. Hay ocasiones en las que hago el esfuerzo por recordar las cosas que me pasan, y ese libro se mantuvo el rato suficiente en mi memoria como para germinar.

En resumen: es la historia de un treintañero que, tras una situación un tanto estrambótica, es tomado por un adolescente que se ausenta de la escuela y, ante el ímpetu inquebrantable de su mentor, se ve empujado sin descanso a tener que actuar como si, efectivamente, fuese un joven imberbe. Todas estas complicaciones, bastante cómicas a decir verdad, conducen al autor hacia un análisis acertadísimo acerca de conceptos que van más allá de la premisa de la novela. En particular, Gombrowicz reflexiona acerca de la forma: los convencionalismos que nos llevan a actuar de una manera o de otra, todo ese super ego que condiciona el modo en el que nos movemos por el mundo, la pose y lo que se espera de nosotros.

Ya dije el mes pasado que necesitaba unas vacaciones. Gratificantes en general, pues me he sentido inequívocamente libre, haciendo lo que quería, cuando lo deseaba y sin nadie que me conociese alrededor, para decirme la estás cagando, chaval, o qué bien lo estás haciendo.

Después de vagar de una manera algo caótica por el extranjero durante semanas, volver a tu hogar, donde a pequeña escala uno también es libre, se disfruta. Pero toda esta libertad se ve coartada por el retorno al trabajo, donde ha aparecido, de nuevo, La Forma. Y de vuelta otra vez a forzar el gesto, a perseguir el éxito, a cumplir con las maneras… No seré cínico, esas vacaciones tan reveladoras las ha pagado la obra de teatro que me veo obligado a representar cada mañana.

O sea, que tanto encorsetamiento es lo único que me permite no sufrirlo por escuetos periodos de tiempo. Es como si uno tuviese que cometer un delito, para acabar encerrado, sólo con la intención de saber cómo es la libertad. Ay madre. Qué crisis.

2 comentarios:

  1. Yo hace tiempo que asumí que somos todos prostitutas (casi todos, en realidad). Algunos alquilan sus genitales por dinero, otros su estado civil,… yo alquilo mi cerebro. No es que sea algo de lo que me sienta orgulloso pero es lo único que de momento he conseguido para poder dormir caliente, comer todos los días, escribir canciones sin preocuparme de quien las va a escuchar, escribir cosas que me hacen bien y que me importa una mierda si gustan o no y para de vez en cuando perderme en Illinois.

    A veces es muy desagradable (y doloroso) sentirte violado pero incluso en esas ocasiones La Forma es fundamental. El cliente tiene que poder creer que te está dando placer.

    Al fin y al cabo es el oficio más antiguo del mundo.

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  2. Ah, señor. Me cuesta un mundo sentirme cómodo donde estoy. Después de 10 años aún me duele. No soy capaz. No sé. Es complicado de explicar. Para eso tendríamos que sentarnos con una cerveza, tío. Ahí sí que me explayo. Aquí acaba uno por censurarse.

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