Septiembre es un buen mes para volver a la actividad cerebral positiva. Pero mientras escribo esto es Agosto, así que me voy a entregar a una divagación complaciente de 1800 caracteres. Durante el verano, máxime si se ha quedado uno relativamente solo en una ciudad con árboles de hormigón, resta demasiado tiempo para pensar. Aunque casi mejor no hacerlo, porque hasta pensar da sudores.
Las obligaciones laborales me han llevado a postergar mis vacaciones de nuevo, así que posiblemente cuando algún aventurado esté leyendo esto, yo estaré por ahí, como una cabra loca, intentando reencontrar el vínculo interior que durante tantos meses de rutina y pose se ha ido al garete.
Durante este año particularmente ominoso en lo que se refiere a mis circunstancias vitales, he tenido tanto tiempo para pensar que me he destrozado el intelecto. Cierto es que padezco una tendencia mórbida hacia el auto desprecio, que si no tengo a alguien que me aleje de tanto castigo, la flagelación es lo único que me queda. Un disgusto de ego éste. Una pena no poder cambiarlo, venderlo, mandarlo a la mierda o convertirme en gorrión y no dar más vueltas al destino, al sentido de la vida y a todas esas paridas de novela barata.
En cualquier caso, consecuencia del tórrido verano que hemos sufrido o de mis propios baches emocionales, he vuelto a perder la senda del equilibrio. Ni le veo sentido a levantarme e ir a trabajar, ni se lo veo al devaneo chorra del día a día, ni encuentro un propósito que me llene de cierta ilusión.
No sé siquiera por qué utilizo esto como confesionario. Quizás porque no tengo a nadie más a quién aburrir con mis pensamientos de baja estofa. Está claro que necesito unas vacaciones. A ver si para el mes que viene tengo algo que decir, que doy pena. Si vuelvo igual que me voy, que alguien me recomiende a un buen terapeuta. Mientras tanto, gracias por haber leído hasta aquí.
No voy a caer en el tradicional y egoísta recurso maniqueo del “yo más” mientras relato con presuntuoso talente mis devaneos mentales (siempre las desgracias de uno son más desgracias que las de los demás, por supuesto). Al final he aprendido que quizás no es lo mejor opción, simplemente observando lo mucho que me jode cuando me lo hacen a mí.
ResponderEliminarTampoco voy a caer en esa repugnante tendencia de nuestros días de abrazar ese optimismo estúpido (y mentiroso) que dice que todo va a ser maravilloso y que parece que todos tenemos que abrazar para ser buenos ciudadanos y estar “sanos de mente”. No lo voy a hacer porque no creo en ello. Más bien me parece un placebo para insensatos confiados. Estoy más cerca de demostrarme (y demostrar al mundo) que todo es una tremenda mierda que de lo contrario.
Lo que si voy a hacer (que es lo que me pide el cuerpo) es desearte unas felices vacaciones en el estricto sentido de la palabra. Ya sabes, tratar de disfrutar de ese periodo de tiempo en el que intentamos disfrazarnos de otra persona, dormimos más, hacemos menos el capullo, tenemos permiso para dejar de chupar pollas mientras seguimos cobrando y durante unos días no tienes que ejercer la profesión más antigua del mundo con tu cerebro.
Amarguémonos cuando toque pero no antes ni después porque al final resulta que estos trocitos antes y después van a resultar ser lo verdaderamente importante.
Un abrazo,
Ese señor bueno! Gracias A. por tus deseos de unas buenas vacaciones. Por cierto, y como sé que eres amante de los viajes por los estados unidos de américa, a ver si eres capaz de ayudarme a rellenar los 11 días que voy a tener para viajar como un espíritu libre (y solo) entre Chicago y Boston. Supestamente, en esas ciudades (en las que pasaré otros cuantos días), algo habrá para hacer, aunque sea meterse en el Bada-Bing de turno. Alguna recomendación interesante? Alguna ruta que no me obligue a ir improvisando día a día? Metal on metal!
ResponderEliminarY sí, encantadísimo de dejar de chupar pollas, que es el deporte nacional. Ahora bien, yo por mis vacaciones no cobro. Es el daño colateral de ser una puta de agencia.
Un abrazo compadre.