lunes, noviembre 30, 2009

Orbitando

Una mañana tras otra, mi vida parece seguir el patrón del kraut rock.
Pequeños accidentes modelan un guión que se repite cada día sin que importe mucho. Los sobresaltos me pueden conducir a otro nivel, por ejemplo ya no paso las tardes viendo Barrio Sésamo, pero después del gran cambio, todo vuelve al mantra diario, y así una temporada. No me altera demasiado esa rutina si evito caer en la certeza de cuántas cosas he dejado de hacer porque soy un vago y cuántas hago arrastrado por voluntades espurias... Al final, no obstante, tampoco importa mucho el resultado, porque me moriré y no le daré más vueltas, pero esa ya es una visión muy funesta y poco recomendable que procuro evitar. No hay queja.
Y es que, como decía el señor Aguilé, la vida sigue felizmente si hay amor. Sin pensar demasiado, que es tarea para depresivos sesudos, uno se levanta, se toma el café, va al trabajo, lo hace lo mejor que puede y etcétera. Y las promesas que no se cumplen. Y el comer y el hacer de vientre. Vaya noria. Me hallo entregado a la desidia en cuerpo y alma.
Pero hoy abro el periódico y entre los titulares leo que nuestra galaxia se precipita hacia un gran conglomerado de materia cósmica. Y me entra un temblor de carácter místico, y sin entender nada, porque no me queda tiempo para leer el cuerpo de la noticia. Ahora sí, no me queda más remedio que concluir lo inacabado y de llevar a cabo mis sueños. Porque una cosa es dejarlos pasar por voluntad propia y otra que les dé carpetazo un universo que se autofagocita. Así que ya mismo acabo esta columna y bajo corriendo al gimnasio, o mejor empiezo una novela, o publico mis fotos… no sin antes decir a mis padres y amigos cuánto los quiero. Vaya, antes debería limpiar. Me estoy bloqueando. Mejor me acuesto. Qué estrés es éste que me ha producido la vía láctea, que no se podía estar quieta la cabrona...

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