jueves, agosto 04, 2005

La humedad

Me encanta que la gente hable de la humedad. Yo lo hago aproximadamente unas cincuenta veces a la semana. Es el único momento de mi vida en el que tengo un control total
sobre lo que hablo. Sé lo que voy a decir a continuación. Sé qué me van a contestar. Sé que se espera de mí y no soy tímido cuando hablo de la humedad. Voy a poner por escrito,
después de muchos años, todos los puntos que se agrupan bajo el epígrafe "La humedad y lo seco. La vida en la costa y en el interior":

- En la costa el ambiente es más húmedo. La humedad hace el calor muy pegajoso y el frío lacerantemente inclemente.

- No importa que te abrigues si hay frío húmedo. Es lo mismo cubrirse con una piel de oso que caminar en calzoncillos por el invierno gélido y mojado de Copenague. Porque el frío húmedo te cala hasta el alma de los huesos y no puedes hacer nada por remediarlo.

- Lo seco se aguanta mejor. El frío seco se acaba con una bufanda, aunque lleves la pilila al viento. El calor seco se aguanta mejor porque no sudas.

- En Madrid el calor es más seco.

- En la costa el calor es muy húmedo y riza el pelo. Se suda mucho, pero por la noche refresca.

Eso es todo. No obstante, reconozco que aunque la mantenga cada día, aunque millones de personas la continuen durante siglos, esta conversación está acabada. No da más de sí. No
tiene más aristas. Es un intercambio de frases vacías en estado terminal.

Cada vez que hables de la humedad, recuerda que tienes la boca llena de palabras muertas.

Hablar mucho de la humedad puede secarte la lengua y hacer que se te pegue al paladar y te ahogues.

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