miércoles, agosto 10, 2005

El Señor Mochuelo o La Guerra en las Sombras

El señor Mochuelo se me ha acercado esta tarde por la espalda. Sólo el sabe qué vendría pensando cuando me miraba a la coronilla. A mí no me hace falta girarme para descubrir su presencia, porque una nube tóxica de alquitrán le precede. Fuma tabaco negro y trae consigo un aroma rancio que anuncia su llegada con la suficiente antelación como para que me dé tiempo a calzarme el traje de la indiferencia.
Me temo que el señor Mochuelo tiene un pésimo concepto de mi persona. Incluso peor desde que ayer le di un giro sorprendente al tema de la humedad. Es un hombre tan serio... Se toma todo muy a la tremenda. Un día me reprendió porque yo no hice el servicio militar. Pronto comenzó a imaginar gestas no realizadas, invasiones extranjeras defendidas con coraje por él y los que salvaguardan los valores auténticos. En un momento de exaltación beligerante, percibí en su mirada un brillo de decepción al describir con extrema delectación, pero sabiendo que el acto no pasaría de sus ensoñaciones, la decapitación de un moro obcecado en su guerra por "arrebatarnos lo nuestro". Lo nuestro, para el Señor Mochuelo, son cosas como un coche no necesariamente bonito pero con un buen par motor, tener mucho trabajo aunque sea a tres horas de casa, poder fumar en la oficina a las 9 de la noche o disponer de tres kilos de naranjas para que se nos pudran dos... A veces me parece que lo nuestro incluye la virginidad de las españolas o el color de la piel, algo que en su caso no es nada atractivo para los inmigrantes (a partir de ahora los otros), pues el Señor Mochuelo es de un moreno pertinaz y tan feo que ni un mono querría hacerlo suyo. Habla de nuestra sociedad como si todas sus virtudes fueran partes de un proyecto en las que el ha participado. En consecuencia, dado que él ha sido parte integrante en el desarrollo de nuestra sociedad, no ve que ésta tenga ningún inconveniente. Si lo hay, es culpa de los idealistas.
- Si no te gusta, te vas - Me dijo una vez. Casi con rabia me espetó que yo era un "idealista". Los idealistas somos algo así como los comunistas para McCarthy.
Los idealistas, para el señor Mochuelo, somos todos unos gilipollas.
Los idealistas somos la termita en el mueble de la vida complaciente. No sé por qué se me incluye entre los idealistas. De hecho, ignoro qué remotos conceptos ha aglutinado el Señor Mochuelo para llegar a definir con tanto rencor a una especie que aborrece de tal manera.
Yendo algo más allá en toda esta terminología personal, los idealistas venimos a ser aquellos que sentimos simpatía por los otros. Los otros son esos atezados holgazanes que tras siglos de desidia han alcanzado la miseria y sólo ven una salida usurpando las ventajas de lo nuestro.
Lo nuestro ha sido conseguido con mañas muy válidas porque somos inteligentes. Los otros merecen calamidades para que los de aquí, los válidos, vivamos bien. Los idealistas hemos de pasar a ser los otros o habremos de subyugar nuestro discurso a la defensa de lo nuestro.
El Señor Mochuelo compila todo un embrollo de ideas reaccionarias y, para él, todo el que no las asuma es un idiota. Y yo soy un idiota más.
Pero él me necesita en su oficina. Es una pequeña derrota bien metabolizada porque contribuye al bien de lo nuestro. Yo trabajo en la sombra. Sólo pretendo ponerle nervioso. Provocarle una crisis.
Así que cuando ha llegado con toda esa humareda asfixiante, yo ya estaba preparado.
- Tristán, hay un trabajo que corre mucha prisa – Me asegura.
- Vaya, estamos todos igual. Todos con prisa. De hecho, yo me voy pitando. He quedado con unos amigos para tomar unas cañas y llego tarde. Au revoir.
Y con un gesto lleno de donaire, agarro mi mochila y me marcho por ahí con una gran sonrisa. Sé que hoy no habrá tabaco suficiente para calmar su ansiedad.

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